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Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos

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Cantantes, bailarines, micro-empresarios y músicos, los refugiados -que dejaron en Colombia una parte de sus recuerdos y afectos- viven apasionadamente sus distintas profesiones y oficios, trabajos que han levantado en medio de la tristeza que les causa el desarraigo, aportando con alegría al crecimiento de Guayaquil, la ciudad que acoge a 5.000 personas que accedieron a la protección del estado ecuatoriano.


Las luces atenuadas del Teatro centro cívico alumbran levemente a los seis jóvenes que se fotografían con sus cámaras mientras ensayan las canciones de la obra musical que interpretarán en el mismo escenario dos semanas después. Kelly, refugiada en Guayaquil desde hace siete años, practica todos los días en el coro de la Orquesta Sinfónica.

 

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Al principio no había selfies o personas sonrientes en su vida: “Cuando llegué a Guayaquil fue difícil, no conocía la moneda, casi no salía de la casa pero fui consiguiendo amigos y ahora está todo bien” recuerda Kelly. 


Cuando llegó a Ecuador, Joaquín Villaraga vivió también una situación complicada: escapando de la amenaza que pesaba sobre su vida, obtuvo el refugio y encontró carteles que decían: “Se arrienda pero no para colombianos”.

Hoy, equipado con tres máquinas, producto de su inventiva, confiesa que este anuncio no lo arredró: “En ese mismo barrio donde vi los carteles me arrendaron porque me distinguían, tuve esa fortuna, me han conocido como una persona de trabajo, organización y si puedo de ayuda”.


El calor que producen las planchas en las que cocina sus arepas- Sin sal, como se las prepara en el eje cafetalero de Colombia-invade su hogar, donde ha instalado la maquinaria de la microempresa “Oh que rico”. Joaquín se encuentra realizando los trámites que le permitirán obtener el Registro Sanitario de su producto, espera venderlo en las cadenas de supermercados.

 

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Juan Carlos también sueña, mientras baila y recorre Guayaquil impartiendo clases como instructor de baile y gimnasia. Ahora mueve su cuerpo, sonriendo, moviendo las piernas y los brazos, animando a sus alumnas que le siguen al ritmo de las canciones tropicales que coloca en sus clases, él prefiere no recordar con precisión las razones que le hicieron venir a Ecuador. El miedo y las amenazas que desplazaron a miles de sus compatriotas lo trajeron al país donde ahora trabaja. Su esfuerzo lo ha llevado a participar en programas de televisión locales, animando también espectáculos en los balnearios costeros.


Kelly, Juan Carlos y Joaquín sonríen con frecuencia mientras recuerdan y detallan su pasado y lo que ahora viven como presente. Integrados en la ciudad que los recibió, escapando del peligro que corrían sus vidas, ahora trabajan para materializar sus nuevos sueños, en Guayaquil.

 Por Fernanda Carrera

 

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