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Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos

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La experiencia de educación popular dirigida a niños, niñas y adolescentes refugiados, migrantes y de la comunidad de acogida, se enmarca en la tradición de trabajo educativo y estrategia comunitaria que ha realizado el CDH en sus 40 años de trayectoria.

 

 

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El presente artículo fue elaborado por un equipo de pasantes de la Universidad ECOTEC, bajo la dirección del Área de Incidencia del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos.

 

El mismo recoge aspectos relevantes de la evolución del Programa Multianual para la Resiliencia Educativa (MYRP), implementado por el Equipo de Educadoras del CDH desde el 2021 hasta el 2023 en comunidades guayaquileñas afectadas por la expansión de la violencia e inseguridad.

 

 

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La experiencia cosechada

 

El Programa Multianual para la Resiliencia Educativa (MYRP) es una propuesta para la inclusión educativa de niños, niñas y adolescentes refugiados, migrantes y de comunidades acogida en el Ecuador. El programa beneficia a más de 100 mil niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad y se implementa, junto al Ministerio de Educación del Ecuador, gracias al fondo de Education Cannot Wait y el aporte del gobierno de Canadá, bajo el liderazgo de UNESCO, ACNUR y UNICEF. Este programa tuvo una duración de tres años (2021 al 2023) con énfasis en las provincias con mayor cantidad de estudiantes en situación de movilidad humana: Azuay, Carchi, El Oro, Guayas, Imbabura, Manabí y Pichincha.

 

En la provincia del Guayas se implementó a través del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CDH) con un enfoque centrado en la protección a infancias y conectado a la estrategia de fortalecimiento y protección comunitaria. Este programa educativo nace en un contexto de pandemia, con el objetivo de vincular al sistema educativo formal a niños, niñas y adolescentes de distintas comunidades como Isla Trinitaria, Guasmo Sur, Juan Montalvo, Trinipuerto, Urbanor y La Chala.

 

En ese entonces, los niños, niñas y adolescentes de estas comunidades entraron a una educación virtual por disposición del Gobierno Nacional ante la emergencia sanitaria. Sin embargo, ellos enfrentaron barreras para acceder a la educación virtual como muchos otros niños y niñas en el país, ocasionando así, rezago escolar. La recesión económica, los niveles de acceso a servicios de salud, educación y la pobreza, empeoraron y disminuyeron las posibilidades de los niños y niñas de recibir una educación de calidad, impactando directamente en diversos ámbitos de su desarrollo.

 

Una de las acciones aplicadas para contrarrestar este rezago educativo fueron las jornadas de inscripción comunitarias denominadas Todxs merecemos una educación. Esta idea surgió a raíz de la constante identificación de niños y niñas sin acceso a la educación en espacios comunitarios que el CDH ha brindado su apoyo. Los padres y madres de familia se acercaban y decían: “Mi hijo no ha estudiado durante dos años, ¿qué puedo hacer?, ¿dónde lo puedo inscribir?”. Las personas buscaban esa guía a la que no habían podido acceder por situaciones de discriminación, falta de orientación por parte de funcionarioso por el mismo desconocimiento de las personas en movilidad humana al estar en un territorio nuevo. Es así que, para apoyar el acceso al sistema educativo, el CDH llevó a cabo la toma de datos y el registro al sistema educativo a través de la plataforma del Ministerio de Educación.

 

 

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Para Suelin Noriega, técnica en inclusión educativa del CDH, esta iniciativa interinstitucional tiene una mirada crítica que aterriza en territorios y que rescata la importancia de realizar un trabajo articulado. Explica, además, que la escuela no es solo una institución, sino parte de la comunidad y que, por tanto, se vincula con las realidades del sector frente a la limitada respuesta estatal a las necesidades de las y los estudiantes. Pese a que el Estado no siempre responde a las necesidades, las comunidades siempre están en primera línea, encontrando una forma de sostener procesos en el contexto post-pandémico. Por ejemplo, a nivel comunitario se crearon espacios físicos para el voluntariado en los cuales se promovía la revisión y asesoría de guías pedagógicas. Por ejemplo, las madres y/o jefas de hogar daban clases de refuerzo escolar cuando nadie podía asistir a la escuela.

 

El CDH apoyó los procesos organizativos comunitarios para generar una respuesta de protección a las infancias, en un contexto de déficit de accesos y conocimientos para sostener un proceso educativo. A través del fortalecimiento de la Red Comunitaria de Defensores y Defensoras de Derecho Humanos de Guayaquil se consolidaron acciones para responder a las necesidades que enfrentaban los diferentes sectores de la ciudad y consolidar los procesos formativos en Derechos Humanos de las y los cuidadores de los niños y niñas a través del trabajo comunitario.

 

Los defensores y defensoras comunitarias de Derechos Humanos, con el apoyo del CDH, han atravesado procesos formativos y de sensibilización que les permite contar con perspectiva de Cultura de Paz y que considera a los otros como sujetos de derechos, más allá de cómo se ve, a qué se dedica, su orientación sexual, etc. “Esto hizo que se vayan consolidando los Puntos de Apoyo en Derechos Humanos, como espacios organizativos y comunitarios en diversos sectores de la ciudad’’, comentó Noriega.

 

 

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En el primer año, el equipo del CDH, junto a ACNUR, equiparon a organizaciones comunitarias con acceso a internet para garantizar que las niñas, niños y adolescentes que no tenían los recursos necesarios pudieran conectarse a las clases. En los espacios comunitarios se brindaron tablets y servicio de internet, además de material educativo, impresiones, refuerzos pedagógicos, etc.

 

El segundo año estuvo enfocado en la lectoescritura. Antes, la edad promedio para que los niños y niñas aprendieran a leer eran los seis años. Ahora, a raíz de la pandemia, este promedio subió a los ocho o nueve años, un índice de aprendizaje tardío.

 

Durante ese año, Johanna Chévez, coordinadora pedagógica del CDH, creó el plan para las comunidades que necesitaban una estrategia de lectoescritura concreta. De esta forma, las educadoras empezaron a trascender los portafolios que existían en los centros educativos e ir un paso más allá: recuperar los aprendizajes. Tarea que, sin duda, no podía haber sido desempeñada sin el apoyo comunitario y el trabajo arduo de un equipo con este enfoque.

 

Los Puntos de Apoyo en Derechos Humanos (PADH) actualmente fomentan la lectoescritura de niñas, niños, adolescentes y jóvenes que tienen rezago educativo. La lectoescritura es un refuerzo académico o pedagógico para alcanzar los aprendizajes imprescindibles en la vida educativa y social. Si el niño o niña no sabe leer ni escribir, tendrá dificultades para relacionarse. Suelin Noriega menciona que hay que pensar en la escuela como un espacio físico, de desarrollo interpersonal, de relaciones sociales, de habilidades para la vida. “Eso hace la escuela: prepararnos para entender cómo se está llevando la sociedad, a interactuar”. Ella añadió “nosotros tenemos una habilidad social innata y eso no estaba sucediendo en casa debido a la pandemia’’.

 

 

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Por ello, la lectoescritura es fundamental para fortalecer los conocimientos y conceptos básicos de todo ser humano. Es un mecanismo de prevención del reclutamiento forzoso y uso de niños y niñas para el cometimiento de delitos.

 

La educación popular es para todos y todas’’, declaró Johanna. Según Johanna, la educación popular busca la transformación del rol de los actores que son poco considerados o que normalmente son tratados como pasivos en aquellos modelos educativos convencionales que se han mantenido en el tiempo. La lectoescritura es esencial para desarrollar habilidades, actitudes y aptitudes que aportan un aprendizaje fundamental hacia niños, niñas, y adolescentes. ‘’Este programa realiza encuentros comunitarios para fomentar la educación diversa e inclusiva. Sin embargo, muchas son las consecuencias de una educación incompleta. La deserción escolar, la inseguridad y violencia afectan de manera directa no solamente a niños, niñas y jóvenes, sino al país entero‘’concluye Johanna.

 

Esto se debe a que se genera una división entre la escuela y la comunidad, creando una brecha entre ambas. La escuela es parte de la comunidad y necesitan complementarse, ya que son un referente clave en la prevención de la violencia. Por ejemplo, dice Johanna, ‘’si las escuelas ofrecieran materias o clases extracurriculares para los niños, ellos estarían menos expuestos a dinámicas de violencia, estarían en entornos de protección, y las madres y los padres se vincularían más en la escuela. En fin, es la comunidad que le da vida a estos espacios educativos’’.

 

Por su parte, las educadoras buscan que los Puntos de Apoyo en Derechos Humanos sean un lugar seguro y que las comunidades los reconozcan como espacio de cuidado y protección. “Debemos unir más comunidades para que podamos abarcar a más niños y niñas a través de una red no formal que ayude a garantizar el derecho de la educación”, comentó Johanna.

 

 

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En los Puntos de Apoyo en Derechos Humanos se realiza un trabajo articulado, en donde las lideresas y líderes comunitarios se reúnen con las madres y padres de familia en donde reflexionan sobre temas como la educación en las niñas y en los prejuicios para evitar xenofobia. Es un trabajo integral con todo el núcleo familiar. Además se coordinan colectivamente actividades como caravanas informativas, acciones lúdicas y extracurriculares para vincular a las familias con el trabajo comunitario en general. En este sentido, se genera un espacio de unión entre personas refugiadas, migrantes y comunidad de acogida.

 

Dentro del trabajo articulado y el seguimiento a familias se identificó la necesidad de contención emocional para las niñas, niños, madres y padres de familia. En el caso de población refugiada y migrante, dejar su país en las condiciones que lo hicieron, o el hecho de si fueron o no perseguidos, genera efectos serios en el ámbito psicoemocional y una barrera para su integración local.

 

Por ello, dentro del MYRP también se brindó atención psicosocial. En el 2022, se desarrolló un proceso de escritura creativa dirigido a niñas, niños y adolescentes refugiados, migrantes y de comunidades de acogida. La actividad tuvo la finalidad de crear un espacio para expresar sus emociones para qué, a través de la psicopedagogía, puedan colectivamente reflexionar sobre ellas.

 

En el 2023, el tercer año de implementación del programa, se incorporó al equipo la psicóloga Nathalia Santos, con el fin de brindar apoyo directo a las niñas, niños y adolescentes, así como a sus cuidadores. Ella ejecutó la línea psicosocial y realizó talleres de contención socioemocional en los Puntos de Apoyo con niñas, niños y docentes, quienes se encontraban bastante sobrecargados. Otro de los ejes principales de trabajo es el fortalecimiento de los Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE) y de competencias a nivel del Ministerio de Educación.

 

 

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El MYRP ha logrado una acogida en las comunidades debido a que ha sido diseñado y para responder a las necesidades comunitarias. El CDH se ha ganado la confianza de estos espacios a través de la calidad y calidez de trabajo humano generado por los técnicos comunitarios del CDH y el equipo de educadoras que están ahí diariamente tejiendo vínculos entre las niñas y los niños, sus padres, la organización comunitaria y la escuela. Es menester resaltar que, en 2022 eran 6 espacios comunitarios implementados, mientras que en 2023 este número aumentó a 8. Por otro lado, el margen de atención en todos los espacios fue entre 200 y 300 niños anualmente.

 

Posteriormente, Joselyne Loor, psicopedagoga del CDH, se sumó en el segundo semestre del 2023 para facilitar la apertura de espacios infantiles que potencien sus conocimientos, sus talentos y habilidades de niños, niñas y adolescentes. Además, priorizó la realización de actividades temáticas, guía y apoyo para que cada Promotora Educativa del CDH utilice las estrategias pertinentes para las características y necesidades de cada comunidad. Menciona que en cada uno de los Puntos de Apoyo de Derechos Humanos de los sectores de Guayaquil, existen diversas necesidades, especialmente ahora considerando los efectos de la criminalidad en los niños, niñas y adolescentes.

 

El programa logró que muchos niños, niñas y adolescentes puedan leer y escribir mediante el apoyo pedagógico del Programa MYRP, correspondiente al proceso de lectoescritura. Asimismo, el programa fomentó la articulación de diversos apoyos, resaltando la participación de lideresas y líderes, representantes de organizaciones sociales, técnicos comunitarios, promotoras educativas. Es decir, se fortaleció toda una red de apoyo para poder atender casos de vulneración de derechos que se identifican en las comunidades y en unidades educativas.

 

Una vez que se identificaron los casos, se realizaron las derivaciones y activaron las rutas adecuadas para poder garantizar los derechos de los niños y niñas y adolescentes. Joselyn Loor aclara que "estamos aquí para poder demostrar que la unión puede construir grandes puentes para el buen vivir, para el goce de los derechos y encender una luz en el camino". El programa tiene una mirada de igualdad hacia una vida digna. Es por eso que la educación contribuye fuertemente a la construcción de nuevos agentes de cambio para poder transformar no solo la convivencia en las comunidades, sino también visibilizar las capacidades, las aptitudes y la unión que caracterizan a cada una de las personas que conforman la comunidad.

 

Como ejemplo práctico, resaltamos el proceso de voluntariado de personas de la comunidad aledaña a la Fundación Nia Kali, en el sector de Trinipuerto, al sur de la ciudad de Guayaquil. Este proceso tuvo el objetivo de visibilizar y fortalecer las capacidades de cada una de las madres que participan en el desarrollo educativo de sus hijos. Para las madres voluntarias, se desarrollaron cursos sobre el concepto de género y sobre mecanismos de protección que fortalezcan sus capacidades y sus intereses por crecer de manera personal.

 

En este proceso de fortalecimiento comunitario incluyó la entrega de reconocimientos formales del CDH a las personas que forman el equipo del voluntariado perteneciente a la comunidad y certificaciones de asistencia a los talleres temáticos realizados. El voluntariado ha sido un espacio vital de construcción de herramientas efectivas de protección comunitaria y de empoderamiento de todas las mujeres en su rol dentro de la comunidad.

 

 

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Una mirada desde la práctica educativa en el territorio

 

Asociación Comunitaria Hilarte, dirigida por Patricia Toro, formó parte de las organizaciones comunitarias en las que se implementó el programa MYRP. La institución educativa constituye un pilar fundamental para las comunidades afectadas por la alta demanda educativa, los pocos recursos disponibles y la violencia que contribuyen a la deserción escolar. Bajo su lema educativo “El arte y el juego hacen pedagogía holística’’, incentiva a los niños a desarrollar su lado creativo y busca, junto con su equipo de trabajo, tener un impacto positivo en la vida de los niños y niñas de Isla Trinitaria. Este aspecto creativo es complementario al acompañamiento y refuerzo educativo a través de los portafolios y de la tercera lectura, el arte. “Quien apuesta por el arte, está apostando por transformar’’ aseveró Toro.

 

La Asociación Comunitaria Hilarte y las otras organizaciones comunitarias de Guayaquil se mantienen mitigando grandes barreras de precariedad, segregación espacial y la rápida expansión de la inseguridad, la violencia y el control de bandas delictivas que tienen un impacto sobre la vida estudiantil de los niños y niñas de la comunidad. Así, profundizar la educación a través de un plan de intervención y superar los retos es la constante lucha del equipo de educadoras del CDH.

 

Durante este tercer año de implementación, las promotoras se dividieron en grupos dependiendo de la necesidades que tengan las niñas y niños. De lunes a jueves realizaron trabajo de campo, y los viernes realizaron atenciones individualizadas, planificaciones educativas, reuniones de casos con necesidad de atención en el refuerzo pedagógico, estrategia y seguimientos.

 

A continuación, se presentan algunas opiniones de las promotoras del Área de Educación del CDH sobre esta experiencia de educación popular y su vocación por el trabajo comunitario.

 

 

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1. Scarlet Choez: “La educación popular es la base de la educación

 

Con 24 años y un espíritu colaborativo y creativo,Scarlet busca generar cambios. Su sueño es disminuir las cifras de deserción estudiantil, tanto educativo como comunitario. Ella afirma que el Estado está ausente y la respuesta actual no considera la realidad de las comunidades.

 

Aunque es joven, no es la primera vez en su rol de educadora. Su firme carácter y amor por la educación le ha dado la oportunidad de recorrer las calles de comunidades como Socio Vivienda y Nueva Esperanza, al noroeste de Guayaquil. “La educación popular es una forma de resistencia a las desigualdades que se quiere transformar’, expresó Scarlet. Además, Choez confía en que la educación popular va a ser la base de las organizaciones comunitarias.

 

Compromiso, organización y rebeldía no solo describen el trabajo del programa, sino que se alinea a las características de Scarlet. Para ella, su motivación principal es la exigibilidad de los Derechos Humanos que tenemos pero que no son garantizados. Por eso es prioritario generar un enfoque de derechos en las niñas y niños, y en las comunidades donde ellos habitan. “Todo esto se constituye en barreras de acceso a la educación y a la profundización del desconocimiento de los derechos”, declaró la promotora.

 

Ahora, uno de los principales retos es la inseguridad, la marginalización, la xenofobia y la discriminación que enfrentan las comunidades.

 

 

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2. Cristina Pin: “La educación es algo primordial. Si tú adquieres sabiduría, podrás romper cualquier barrera

 

Cristina Pin, promotora educativa con más de siete años ejerciendo la docencia manifiesta que, en primer lugar, los padres de familia no están involucrados en su totalidad en el desarrollo de sus hijos. Ella tiene 30 años, y en CDH es parte del equipo del programa comunitario educativo del programa MYRP, en donde brinda atención a niños y niñas refugiadas, migrantes y de comunidad de acogida en condición de vulnerabilidad entre 5 y 17 años.

 

Para ella, priorizar la educación y hacer conciencia de que cada niña y niño debe estudiar es tan necesario como respirar. “La educación no es un juego, ayuda a formar el carácter, la personalidad y las destrezas”, afirmó Pin.

 

Su experiencia en la educación no formal en centros comunitarios le permite identificar las necesidades particulares de las niñas y niños, y así fortalecer los encuentros educativos para romper las barreras que le impone la sociedad. Para ella, es urgente capacitar a docentes de todos los ámbitos sobre la inclusión de las diversidades en las aulas. Se habla de No Discriminación pero a menudo no se materializa tan fácilmente..

 

No solo es el hecho de enseñar a los niños a leer y escribir, sino que tengan ese empoderamiento y conocimiento de los derechos. Ser testigo cuando ellos ya saben leer y escribir es algo satisfactorio, porque dejaste una huella en el ellas y ellos”, comentó Cristina.

 

 

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3. Marjorie Jaramillo: “No hay cosa más satisfactoria que los niños y las niñas aprendan

 

Tiene 36 años y es promotora educativa en el Punto de Apoyo en Derechos Humanos del sector de Juan Montalvo, al norte de Guayaquil. Marjorie menciona que “no hay cosa más satisfactoria que cada niña y niño aprenda”. Ella empezó en el ámbito de la educación convencional y el destino la llevó a incursionar en la docencia popular. Marjorie manifiesta que lo que más le ha gustado es que las niñas y los niños aprendan, y que ella pueda ver el progreso que cada uno de ellos va adquiriendo. “Por ejemplo, que sepa leer, así sea lento, despacio, poco a poco va a seguir mejorando. Llegaron a nuestras manos en cero y [lo satisfactorio] es ver el progreso de ellos”, recordó la educadora.

 

Para ella es importante estar en un continuo estudio, aprender estrategias y buscar formas de que las niñas y los niños aprendan. Una de estas formas empleadas dentro del programa es la actividad lúdica para desarrollar la iniciativa y motivación dentro de los niños, niñas y adolescentes. El programa busca que la condiciones físicas y la seguridad sean bases fundamentales para que ellas y ellos quieran regresar por cuenta propia. “Aparte de lo educativo, nos enfocamos en el lado afectivo”, añadió la promotora.

 

El querer es poder. Esta frase identifica a Marjorie. El hecho de haber sido madre a muy temprana edad no le impidió terminar sus estudios, y conseguir su título de bachiller. Con 4 hijos, su historia personal la motiva a seguir trabajando cada día más. “Me motiva ver la satisfacción en mis hijos y quiero que ellos vean que no se pueden quedar estancados”, dijo Jaramillo.

 

Comentarios como “no vas a poder’’ se repetían constantemente en su círculo cercano; sin embargo, esto no fue impedimento para ella. Con esfuerzo y dedicación entró a la universidad, y gritando por todos lados decía “lo logré’’. Su personalidad extrovertida y la experiencia trabajando en varios sectores hizo de las aulas de clases su “paraíso soñado’’.
Ella menciona que debemos evolucionar constantemente porque el tiempo cambia rápidamente y siempre existirán nuevas estrategias para mejorar el sector comunitario y educativo. “Este programa necesita profundizar más en el saber de las comunidades y entender a los chicos y chicas que se encuentran cada vez más vulnerables”, recalcó.

 

 

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4. Angie Acosta: “El mundo es de los niños

 

‘’La más pequeña del club’’, así la bautizaron el grupo de promotoras. Angie Acosta, con 19 años, desempeñó el rol de promotora del refuerzo pedagógico y en el impulso de la estrategia de lectoescritura que priorizó el programa implementado por el CDH. Ella se encargó del grupo de niñas y niños de 8 a 10 años y su método de enseñanza fue a través del juego para mantener la atención de las niñas, niños y adolescentes. Además, se encarga de las planificaciones personalizadas, ya que, afirma, cada niña y niño es distinto.

 

Para alguien que entró hace poco al mundo de la infancia, tiene claro el rumbo. “Trato de no enfocarme en lo tradicional, y hacerlo más didáctico” menciona Angie. Antes de ser escogida y entrar al programa, fue voluntaria en el centro comunitario “Unión y Progreso’’. Angie menciona que lo más cercano que estuvo a tratar procesos educativos con niñas y niños fue un curso vacacional con 30 de niñas, niños y adolescentes de la comunidad en donde ella vive. Ahora, trabaja como promotora del CDH.

 

Con una sonrisa y una mirada que se iluminaba a medida que contaba su progreso, Angie relató que “a partir de esta experiencia, siento que ya encontré mi vocación en sí. Quiero estudiar pedagogía, pero tengo que terminar primero la carrera de Mercadotecnia que ahora curso. Quiero desempeñarme además en este ámbito ’’.

 

Confiesa que descubrió que su carrera actual no se vincula con lo que ahora le apasiona. Ella ahora es educadora y su amor por la educación la ha llevado a ser autodidacta y recibir capacitaciones para mejorar en el desempeño con las niñas y niños, pulir sus habilidades y aprender de las experiencias de sus compañeras en el equipo del CDH.

 

 

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5. Daymara Díaz: “Enseñemos desde el amor

 

‘’Aprender para transmitir y ayudar’’, así resume Daymara Díaz lo adquirido durante su participación como educadora comunitaria en el programa MYRP que implementó el CDH. Con dos años de experiencia dentro del programa educativo, destacó que “hubo muchas herramientas y métodos que nos enseñaron y que nosotros aprendimos para poder replicar en el proceso de aprendizaje con los niños”. Recuerda la importancia de la capacitación constante para poder enseñar y contribuir al desarrollo de los niños, niñas y adolescentes.

 

Nunca dejamos de aprender, y enseñar a los niños, niñas y adolescentes es la mejor manera de hacerlo”, comentó Daymara. Resalta que, después, sus educandos son quienes comparten lo aprendido con los otros y así, al mismo tiempo, ayudan a los demás y consolidan sus conocimientos. Sobre el cómo enseñar dijo que “verle la cara a las niñas y los niños y la manera en que aprenden cuando les enseñas desde el amor es gratificante” y reconoce la satisfacción del deber cumplido. Así, Daymara lo tiene claro: el mejor método de aprendizaje es la enseñanza, guiada siempre desde el amor.

 

Entre todas sus características destaca la confianza que genera en quienes la rodean, así, menciona: “me considero una persona amorosa, empática, colaboradora y sobre todo una persona de confianza”. Estos rasgos han sido reconocidos y agradecidos por los niños, niñas y adolescentes de las comunidades que ha atendido, pues le han manifestado que gracias a la seguridad, confianza y empatía que Daymara brinda, ellos han podido abrirse y contarle cómo se sienten por la violencia.

 

En cuanto a su labor, Daymara considera que las educadoras comunitarias “acompañan, fortalecen y favorecen el desarrollo de las habilidades de aprendizaje de los niños, niñas y adolescentes” y, al mismo tiempo y en medio de un contexto violento y vulnerable, les ofrecen un espacio seguro y de confianza, no solo a los niños, niñas y adolescentes, sino también a sus familias.

 

 

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6. Denise Caicedo: “La educación es la herramienta más potente contra la pobreza

 

Denise Caicedo tiene 30 años y ha dedicado casi la mitad de su vida al servicio de las comunidades. Para ella, el recorrido como trabajadora social inició a los 16 años cuando en la iglesia católica ‘Nuestra Señora de Las Lajas’, en el Guasmo Sur, dirigía las tareas escolares de las niñas y niños del sector, experiencia de la que guarda un recuerdo que aún persiste. “Me ayudó mucho y me formó como persona: me enseñó el amor al prójimo” menciona Caicedo. En ese entonces, trabajó durante nueve años en el proyecto cultural ‘Raíces Negras’ de esa parroquia. Después, formó parte de un proyecto de adultos mayores con la Fundación Lenin Cali, también en el mismo sector del Guasmo Sur y, actualmente, lleva tres años trabajando en el proyecto ‘Educando en el camino’ a través del CDH y el ACNUR.

 

En cuanto a lo aprendido durante el programa educativo, Denise ha podido corroborar en el trabajo de campo varias teorías. “Cada persona, cada niño aprende de manera diferente y que todo esto puede llevar a un aprendizaje si se instruye de la manera correcta, no imponiendo una metodología vertical, sino ajustarla al ritmo de cada niño”, señaló Denise. Al mismo tiempo, rescata las bondades protectoras y preventivas de la educación al considerarla la ‘’herramienta más potente contra la pobreza ", lo que debería impulsar la implementación de mayores y mejores programas educativos con niños, niñas y adolescentes para “trabajar en su ser, en su sentir”.

 

Los derechos de los niños, niñas y adolescentes pueden ser vulnerados de diversas formas y figuras. Así, manifiesta que “hay niñas y niños que van a las escuelas y no tienen el mínimo interés de regresar, porque se encuentran con una o un docente que solo está ahí por su sueldo, más no por vocación”, lo que, añade: ‘’ lejos de motivar, desanima y desalienta al estudiante que recibe una educación escasa’’

 

Nuestro rol, en todo momento, debería ser el de llevar siempre la vela encendida, iluminando el camino de todos esos niños o niñas que nos ven como un referente”, así describe Denise el trabajo de educadora comunitaria que realiza en su propia localidad.

 

 

Guayaquil, Diciembre del 2023

 

 

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La escuela es el corazon de la comunidad

 

 

Formación a funcionarios del sistema de educación pública

 

 

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Intervención educativa en Puntos de Apoyo Comunitario en Derechos Humanos

 

 

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