El 2 de abril de 2025, en la sala de reuniones del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos en Guayaquil, representado por su Director Ejecutivo Billy Navarrete Benavides, realizó una entrevista a un hombre víctima de amenazas y desplazamiento forzado.
Ándres, relató haber vivido en la Isla Trinitaria por más de tres décadas, donde mantenía un taller mecánico que le permitía sostener a su familia. Participaba también en actividades comunitarias, como la iglesia —donde era animador de eucaristía— y como bombero voluntario. Sin embargo, desde mediados de 2024, la tranquilidad de su barrio cambió: “Hace unos 7 meses antes, todo era tranquilo, normal. Todo el mundo trabajaba, tenían sus negocios. Nos llevábamos bien todos, éramos amigos con los vecinos”.
A finales de agosto de 2024, dos personas llegaron en motocicleta a su negocio buscando hablar con él. Su hijo, al intentar grabarlos, provocó que huyeran. Días después, una mujer dejó una nota en su local con un mensaje de amenaza: “Por favor necesitamos hablar con el dueño del negocio, para darles seguridad... porque si no lo hacíamos nos iban a disparar, como a los otros locales que ya habían extorsionado”.
El mensaje estaba firmado por un grupo delictivo que ya era comentado en el barrio: “Comentaban en el sector que estaban extorsionando... yo era el quinto local de la vía principal”. Luego de ese contacto, se registraron disparos contra otros negocios. “Dispararon e intimidaron al negocio que está al lado”, mencionó. La mayoría de locales afectados terminaron pagando.
Ante la gravedad de las amenazas, Andrés decidió denunciar el hecho a la Policía. Producto de esa denuncia, se organizó un operativo: “Después de que denuncié, vino la Policía y atraparon a uno”. Sin embargo, esta acción provocó una violenta represalia por parte del grupo criminal: “Luego regresaron... y mataron a mi hijo”.
Este hecho devastador marcó un punto de quiebre definitivo en su vida. La pérdida de su hijo, sumada a las amenazas persistentes, lo obligó a abandonar su hogar, su trabajo, su comunidad y todo aquello que daba sentido a su vida cotidiana: “Ahora me he quedado sin trabajo, sin hogar, sin mi familia. No puedo servirle a Dios y tampoco puedo ser bombero voluntario. Lo he perdido todo”.